sábado, marzo 02, 2013

Bajé del autobús y comencé a caminar en dirección hacia mi casa. Es un camino relativamente corto pero un tanto cansado porque, al igual que la universidad, está lleno de subidas y bajadas. Hay una esquina en particular que llega a incomodarme puesto que tiende a llenarse de cholillos que no tienen nada mejor que hacer, lo cual llega a ser más común en los domingos. Motivo por el cual le he acuñado el nombre de "Cholomigo".

Pasé con éxito dicha esquina y comencé a sentirme aliviado, pero pronto me daría cuenta de que tendría un obstáculo más que superar. Llegué a la mitad de la calle y noté que había un perro que deambulaba de un lado para otro como buscando algo. Lo que llamó mi completa atención fue que del hocico salía lo que yo interpreté como espuma y sus patas traseras tambaleaban mucho.

Sentí un temor que subía desde la tierra hasta la cabeza y creí que, de tener rabia y atacarme, tendría que enfrentar una inyección antirrábica más tarde. Tomé una vara que encontré en el suelo y que creí que podría darme unos segundos de ventaja si llegara a ir tras de mí, pasé lo más pegado a la pared opuesta que pude y tras lograr pasar inadvertido, apresuré el paso y llegué a casa sano y salvo.

Una vez dentro dejé mi mochila, encendí mi computadora y... tenía que comprar azúcar...

Tomé mi dinero y salí en dirección a la tienda cuando, saliendo del residencial me acordé del presunto perro con rabia y fue cuando lo noté a lo lejos recostándose en la banqueta al rayo del sol. Así bastante frío así que me pareció lógico (lo cual, de alguna manera, descartaba un poco el asunto de la rabia) y traté lo mejor que pude de pasar muy calladito por la banqueta opuesta. Una vez más, demostré que mis habilidades en el sigilo no son tan malas como yo pensé.

El regreso de la tienda fue del mismo modo y el resto del día pasó sin pena ni gloria. Cabe decir que esto ocurrió en la tarde, aproximadamente a las dos y media. Unas seis horas más tarde, salí de mi casa de nuevo y cuando llegué al mismo lugar lo volví a ver, en el mismo lugar, en la misma posición.

Mi corazón tambaleó un poco y mi cerebro me decía lo peor. Lo primero que intenté fue despertarlo para engañarme de que él estaba bien, silbando un poco y llamándolo hacia mí.
No se movía.

Es entonces cuando dejé de tener miedo de él y acerqué completamente. Sus ojos estaban abiertos y secos y al apreciarlo, mi corazón se puso de la misma manera. acaricié un poco su cuello y después traté de cerrar un poco sus ojos.

Me sentía como basura. No pude evitar derramar una lagrima y fue cuando mi empatía me hizo ver todo de diferente manera. Aquel andar errante sólo era una señal de auxilio. No buscaba presa... buscaba ayuda. Quizá ni siquiera era rabia, incluso pudo haber comido algo en la basura e intoxicarse o envenenarse.

Me quedé un momento a su lado e imploré que su partida no hubiese sido dolorosa. Me disculpé por no tener el valor de enterrarlo. Y me fui.


Sólo quería ayuda.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que feo, pero pues que se podía hacer, a lo mejor eran sus últimos minutos de vida e___e


Saludos!

Alicia L. dijo...

A veces, incluso la ayuda resulta ineficaz.

Juan Manuel dijo...

De acuerdo con Allizzia.
Ánimo.